miércoles, 24 de marzo de 2010

“Y yo, ¿por qué no?”: pasos que nos llevarán al vehículo eléctrico

Los vehículos de propulsión eléctrica son ya una realidad. Los fabricantes anuncian nuevos prototipos o modelos a diario, los gobiernos promueven nuevas inversiones, los ayuntamientos instalan puntos de carga y ofrecen beneficios a los usuarios de los eléctricos (aparcamientos gratuitos, reducción de impuestos y otros).
Pero esta nueva modalidad de transporte debe enfrentarse a no pocos retos antes de convertirse en una alternativa, real y masiva, a los vehículos tradicionales. No tendremos estos coches silenciosos circulando por nuestras ciudades mientras no aumente la autonomía de las baterías, no exista una red de puntos de carga suficiente y no se abaraten e incrementen las prestaciones de los propios vehículos.
¿Significa esto que debemos esperar años para subirnos a un vehículo eléctrico?
Ni mucho menos, existen una infinidad de usos y de tipos de vehículos que pueden salvar todas las barreras anteriormente mencionadas:
  • Los ciclomotores eléctricos, cuyas prestaciones en cuanto a autonomía y velocidad son similares a las de los convencionales.
  • Los vehículos particulares con uso exclusivamente urbano, sean de alquiler o propiedad, puesto que en cada vez más ciudades la infraestructura de carga está lo suficientemente extendida.
  • Las flotas de vehículos que hacen trayectos cortos o rutas fijas como los de las empresas de mensajería, servicios de correo, policía local o el propio transporte público (autobuses urbanos o taxis).
  • Los vehículos híbridos enchufables, con motores en serie, son la forma de uso intermedia que más diversidad de usos permite puesto que solventan el problema de la insuficiencia de la red de carga a la vez que incrementan la eficiencia energética del vehículo.
Soluciones intermedias para pasar de ser esos “coches raros” a ser una realidad palpable
Estas soluciones que podemos denominar “intermedias” tienen tres funciones: por un lado instigan el desarrollo de la oferta, por otro estimulan la instalación de puntos de recarga y sobre todo convierten a los vehículos eléctricos en una realidad cotidiana.
Si el policía municipal, el repartidor de periódicos, el cartero o incluso nuestro vecino lo están utilizando, si al pasear por el centro unos postes de llamativos colores pasan a ser parte del paisaje urbano y si además el autobús urbano deja de ir a la gasolinera para ir a la “electrolinera”, pasaremos de mirar exceptivos a ese microcoche endeble y feúcho a plantearnos: “Y yo, ¿por qué no?”
La demanda se incrementa, la oferta mejora y se abarata, la red de carga aumenta y cubre todos los posibles trayectos. El círculo se amplía.

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